Una imagen vale mil palabras. Pero las palabras son lentas y una imagen es inmediata. En un momento una clara percepción, una imagen puede impresionarnos con lo que solo horas de lectura puede transmitir.
Gurdjieff sobre las emociones
Preparar el centro emocional
Gurdjieff observó que beneficiarse del arte requería un centro emocional suficientemente desarrollado.
El centro emocional es el más rápido de los cuatro centros inferiores (a saber, el emocional, el motor, el instintivo y el intelectual). Sus percepciones son instantáneas: Entramos a un salón y de inmediato sentimos si las personas están cansadas, felices o discutidoras. De inmediato sentimos si alguien se alegra o no se alegra de nosotros, nos cree o desconfía de nosotros, nos ama o nos teme.
Si nuestra velocidad de percepción estuviera dirigida al arte objetivo, entonces una escultura podría instantáneamente tocar un profundo acorde en nuestro ser.
Normalmente, sin embargo, el centro emocional está demasiado desnutrido como para trabajar con su velocidad apropiada. Su energía fina se pierde mediante emociones negativas. Se queda con combustible grosero, como un automóvil deportivo que funcionara con combustible no refinado.
Para pasar la brecha entre el sueño y el despertar, el centro emocional debe ser llevado a su velocidad. El trabajo con no expresar emociones negativas prepara el terreno para la apropiada percepción emocional. Prepara el corazón para recibir una forma de alimento superior, un combustible más refinado que lo lleve más cerca de los centros superiores.
El alimento del arte objetivo
El arte objetivo es ese alimento. Lleva el potencial de transformar al que lo mira. Transmite volúmenes de sabiduría –como observara Gurdjieff en sus viajes– pero esta sabiduría no es verbal. Es una dosis de energía sin palabras, un aliento potente de fresca inspiración.
La realidad es instantánea. Para penetrar la realidad, no hay tiempo para palabras. Por lo tanto, la ventaja de una imagen sobre mil palabras radica en la velocidad. Las palabras le hablan al centro intelectual (el más lento de los centros inferiores), mientras que las imágenes le hablan al centro emocional (el más rápido de los centros inferiores). El arte objetivo catapulta al que lo mira al momento.
En otras palabras, transforma el centro emocional en centros superiores, pasando la brecha entre los mundos inferiores y superiores en el hombre.
Gurdjieff sobre el arte inteligente
La escultura budista temprana apuntaba a lograr este efecto. Bodhisattvas tallados refinadamente saludaban a los visitantes en los templos budistas. Estaban animados increíblemente, a pesar de estar hechos con piedra muerta. Parecían respirar y prestar atención, para encontrar al visitante en persona y darle la bienvenida a casa.
El visitante –con frecuencia un peregrino que llega tras un largo viaje– es saludado por una profunda representación visual de serenidad y consciencia. Si este hace una pausa y deja que la impresión penetre en él –si está emotivamente preparado– la imagen puede llevarlo con el choque a la realidad.
Examinen los bodhisattvas destacados en esta nota. En un instante, muestran las muchas características de la iluminación, características que tomaría un libro describirlas: sabiduría, compasión, consciencia, satisfacción, concentración, flexibilidad y mucho más. El escultor ha expresado en piedra lo que los autores del Dhammapada transmitieran al escribir. Pero, al ser visual, su mensaje entra instantáneamente en el corazón preparado.
Finalmente, el arte objetivo se esfuerza para reflejar al hombre objetivo. Refleja, no solamente lo que es, sino también lo que pudiera llegar a ser.