La palabra transformación proviene del latín y significa literalmente “más allá de la forma.» El cuarto camino reconoce la posibilidad de la transformación y la pone como el propósito cumbre de las luchas interiores del hombre.
Esto no debe tomarse como otorgado: otras enseñanzas que llaman a la lucha interior, como el cristianismo monástico, no prometen luz al final del túnel antes de la muerte del cuerpo físico. El Cuarto Camino proclama que, mientras viva aún en el cuerpo físico, un hombre puede cristalizar suficiente materia superior como para formar un cuerpo astral.
Hablando científicamente, la cristalización es una transformación; implica el cambio de forma de un elemento de un estado a otro: por ejemplo, la transformación de vapor de agua en hielo. Gurdjieff enseñaba que la lucha entre el “sí” y el “no” en el hombre, actuada sobre las bases adecuadas, podía conducir a tal cristalización, luego de la cual la naturaleza de la lucha sería alterada por completo:
Con los dioses y los demonios tironeando al unísono y con Vishnú sosteniendo el batido desde abajo, el océano de leche lentamente lanza muchos ítems valiosos, que culminan con lo que se esperaba de recompensa: el néctar de la inmortalidad.
Mientras que este tironeo colosal demandaba más de lo que los dioses y los demonios podían soportar, se nos dice que Vishnú experimentaba la presión del monte Mandara batiendo en su caparazón como un “rascado infinitamente placentero.”
Esta dicotomía de la experiencia es un sello de la transformación. El mismo esfuerzo que parece que amenaza la vida en el mundo inferior se percibe como dador de vida por el mundo superior. Por cierto, la transformación de la que aquí se habla no es la del esfuerzo en sí mismo, sino de nuestra experiencia del esfuerzo. Nuestra identi-dad se ha transformado desde los muchos ‘yoes’ (los dioses y demonios) al Yo real (Vishnú).
En el tema de mayo sobre la Observación de sí, introdujimos el mito bíblico de la creación, dejando deliberadamente de lado la cuestión obvia de lo que simbolizaba “Dios.” Ahora, con el dios Vishnú en los cimientos de la lucha hindú, vemos que “Dios” representa los centros superiores del hombre, el asiento de la comprensión, el amo de todas las otras funciones: el Yo real.
El Yo real es un fenómeno completamente diferente de los muchos ‘yoes.’ Abarca propiedades como la indivi-dualidad, la unidad, la permanencia, la consciencia y la voluntad. Pero el hombre no nace con estas caracterís-ticas. Su estado natural es la pluralidad y la impermanencia. Para cristalizar, el hombre debe:
Darse cuenta de su verdadera condición (Liberación Parte 1 – Darse cuenta)
Formular una resolución firme (Liberación Parte 2 – Resolución)
Descubrir su oposición interna (Liberación Parte 3 – Oposición)
Estudiar sus hábitos mecánicos mediante la observación (Creación Parte 1 – Observación)
Quitarles el sentido de ‘yo’ mediante la separación (Creación Parte 2 – Separación)
Formar nuevas actitudes mediante el reflejo (Creación Parte 3 – Reflejo)
Usar lo nuevo para equilibrar lo antiguo con la colaboración (Transformación Parte 1 – Colaboración)
Hacer actuar sus efuerzos sobre cimientos apropiados (Transformación Parte 2 – Cimientos)
Y lograr el milagro de la transformación (Transformación Parte 3 – Transformación)
Más allá de la forma, las palabras se quedan cortas. Debemos ser tomados por lo que no podemos asir. Eso debe cambiarnos en algo más. Esto es lo milagroso, que cada uno debe experimentarlo por sí mismo.