El ejercicio de Ouspensky de tratar de estar presentes ininterrumpidamente por dos minutos nos mostró nuestra multiplicidad. Todos los escritores verificaron que su dificultad principal con este ejercicio radicaba en los pensamientos, sensaciones y emociones que se le oponían.
Verificamos que no estamos unificados, es decir, que no tenemos un único ‘yo’ que sostenga propósitos. Vimos que nuestra capacidad de sostener hasta el propósito más simple es desafiada, no por interrupciones externas, sino por nosotros mismos.
En los artículos venideros exploraremos este “principio.” Tomaremos del “principio” de la judeocristiandad como se lo expresa en la historia bíblica de la creación. Más que tomarla como un relato religioso de cómo se creó el universo, la veremos como una descripción metafórica de cómo un cosmos hace la transición de la multiplicidad a la unidad y, en particular, cómo la transición se aplica al microcosmos del hombre.
Los lectores no deben preocuparse si no están familiarizados con este episodio bíblico. Haré mención de cada detalle necesario para nuestra comparación y lo apoyaré con ilustraciones visuales. Además, dejaremos de lado la cuestión de qué significa “Dios” hasta el final de esta serie de artículos.
Un cosmos dormido
“La tierra estaba en caos” significa un cosmos en desorganización. En el microcosmos del hombre, estos son los muchos ‘yoes’ que aparecen y desaparecen al azar. Este estado caótico es reforzado por la ignorancia de sí, porque el hombre dormido no es capaz de ver su multiplicidad, que se describe como “oscuridad.”
Los mosaicos de San Marco muestran esta oscuridad caótica como olas acuosas azules.
El hombre nunca podría levantarse de este caos si no hubiera algo en él que deseara cambiar. Este deseo está representado por el “espíritu de Dios,” que los mosaicos muestran como una paloma blanca con un halo dorado.
El despertar de un cosmos
El sueño tiene grados. En el sueño más profundo, no nos damos cuenta de nuestro sueño.Por lo tanto, el comienzo del despertar debe ser darnos cuenta del sueño. Esta comprensión arroja un rayo de luz en nuestro mundo interno, que es precisamente lo que sucede cuando formulamos nuestro propósito de estar presentes.
Por cierto, el ejercicio de Ouspensky nos invitaba a encender la luz de la observación de sí.
Tomado como metáfora para nuestro propio microcosmos, el comienzo de la creación bíblica describe dos estados distintos: El primero, en el que estamos ignorantemente dormidos y, el segundo, en el que la luz de la observación de sí revela ese sueño.
Muchos consideran este primer paso como el más difícil. ¿Cómo podemos recordar encender la luz si hemos olvidados que estamos en la oscuridad? Nuestro trabajo se vuelve un tironeo entre el olvido y el recuerdo, que es el origen del término del Cuarto Camino: el recuerdo de sí.
De manera que la pregunta de este mes para mis escritores es: ¿Qué enciende la luz de la observación de sí? ¿Qué te la recuerda cuando la has olvidado?